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La ignorancia aliada con el poder es el enemigo más fiero que la justicia puede tener
James A. Baldwin (1924-19879 Escritor norteamericano
Visto con la mayor objetividad y frialdad posibles, hoy no parece quedar dudas de que Andrés Manuel López Obrador es uno de los mejores políticos, sino es que el mejor, en la historia al menos reciente de México, y uno de los peores, sino es que el peor, de los presidentes.
Y es fácil de corroborar: todo lo relacionado con escenarios políticos o electorales, le sale a la perfección, y en todo lo que tiene que ver con la acción de gobierno, es un desastre. Lo malo es que en lo político solo a su grupo le reditúa, y en la tarea de gobernar, sus yerros los pagamos los gobernados.
El último trimestre ilustra a la perfección la hipótesis: todas sus prioridades político-electorales las ha manejado con calificación de diez. Diseñó un procedimiento para designar candidato o candidato a sucederlo que sometió a todos los aspirantes; luego se inventó lo de las encuestas para asegurar la unción de su favorita, Claudia Sheimbaum. A ella le hizo creer que le daba el bastón de mando en la conducción política de la 4T, pero todo se redujo a una charlatanería. Se aseguró de que quede claro que él es quien designa candidatos y define estrategias, y lo probó con Clara Brugada, aunque Sheimbaum quedara en ridículo.
A ella, a la candidata presidencial, la ha amarrado de manos llenándole desde ahora medio gabinete y las posiciones claves en el Senado y la Cámara de Diputados. Le ha comprometido a seguir a pie juntillas su plan de gobierno. Al incómodo Marcelo Ebrard lo dobló. A Samuel García le hizo creer que puede ser presidente y lo está manejando como hábil titiritero.
Nadie de los perdedores a las nueve gubernaturas ha hecho berrinche, pese a los burdos atropellos a que fueron expuestos algunos. Ha logrado sembrar dudas entre los partidos opositores para evitar su consolidación como frente, y supo soltar a tiempo a Xóchitl Gálvez para no encumbrarla más.
En síntesis, López Obrador ha manejado toda su política electoral a la perfección, en función de su interés, claro.
Y por otra parte, solo el botón de muestra de Acapulco lo desnuda como alguien a quien le quedó no grande, sino enorme, la silla presidencial. Lo mismo que en la pandemia del Covid, la tragedia de Acapulco le ha desnudado como un presidente enano, incapaz de afrontar sus responsabilidades, miserable al poner por delante su imagen sobre la vida de miles de mexicanos.
Un presidente apanicado ante una crisis, y que aún de ella quiere sacar raja. Un presidente imposible de urdir una estrategia en favor de la población, acobardado, que se niega a ir al lugar de la tragedia para que no le mienten la madre. Acapulco, como la pandemia, dibujaron al peor presidente de que se tenga memoria, y vaya que es mucho decir en un país como México, acostumbrado a los pésimos gobernantes.
¿Alguien que me alegue?
Y a la pesadilla ya solo le quedan 321 días.
X@jaimelopezmtz
Escrito por Jaime López Martínez
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