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Dos cosas te definen: tu actitud cuando no tienes nada, y tu humildad cuando tienes todo.
Stephan Kaiser. Conferencista
Alfredo Ramírez Bedolla llega a la mitad de un sexenio que le cayó del cielo, sin tener ni méritos ni capacidad.
Hay políticos que se preparan para gobernar su estado, luchan, insisten, machacan, buscan, y al final se van con las manos vacías. Hay otros a los que les sonríe la diosa fortuna, aquellos que sin mover un dedo y además sin tener preparación ni capacidad, una mañana despiertan y son gobernadores.
A Bedolla no le pasaba por la cabeza la gubernatura. Su estatura política y profesional le alcanzaba, y ya muy forzado, para ser diputado. Gris, intrascendente, pero era diputado cuando se encontró a la vuelta de la esquina la gubernatura, envuelta en papel de regalo con una tarjeta con el nombre de Raúl Morón.
Cierto, él no tiene la culpa de su buena estrella, esa que todos los políticos anhelan. Genovevo Figueroa, por ejemplo, tampoco nunca buscó ser gobernador, pero igual circunstancialmente lo fue. Pero hay una pequeña diferencia entre ambos: el doctor entendió su realidad y sus alcances, y tuvo la humildad y la sabiduría de rodearse de un equipo de primer nivel, y a fin de cuentas entregó cuentas más que positivas.
Bedolla, en cambio, perdió el piso apenas le dieron la llave de Casa de Gobierno. No solo olvidó el nombre que venía impreso en la tarjeta, sino que se supuso un erudito, un iluminado -tipo su ídolo López Obrador- y perdió aceleradamente no solo el piso sino el sentido de la realidad. Estos tres años los ha transitado de la mano de la soberbia. Y lo peor: con nulos resultados.
Llega a su tercer informe con un estado incendiado, con los peores niveles de criminalidad, con ejecuciones y cobro de piso como la constante y la característica de su gestión. Buena parte del estado en manos de cárteles. Farmacias del sector salud desabastecidas, clínicas sin médicos ni insumos; carreteras en deplorable estado; opacidad y corrupción como “prendas” de su gobierno; y de la obra pública, ni hablar: sigue luciendo los distribuidores viales que hizo Silvano Aureoles y él se enorgullece del que sin duda será un elefante blanco, el teleférico uruapense. Lo demás, saliva y cuentos chinos de su propagandista.
Ejercer como gobernador demanda inteligencia y valores personales. Si se adolece de esas prendas, el desenlace es obligado. Él lo está viviendo. Y ahora inicia el inevitable descenso, que lo tomará absolutamente desarmado, sin más aliados que sus zalameros de ocasión, porque nunca ha tendido puentes de comunicación con sectores claves en la gobernabilidad.
Cuánta razón tiene Stephan Kaiser: actitud cuando no se tiene nada, humildad cuando se tiene todo.
Y a la pesadilla, a la actual, ya solo le quedan once días.
X@jaimelopezmtz
Escrito por Jaime López Martínez
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