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La juventud necesita creerse, a priori, superior; claro que se equivoca, pero este es justo su gran derecho.
José Ortega y Gaset (1883-1955) Filósofo español
La creciente ola de agresiones contra trabajadores del volante en ciudades como Uruapan y Apatzingán, ha alcanzado niveles francamente terroríficos: resulta que ser taxista se ha convertido en una de las actividades laborales más peligrosas en Michoacán.
Claramente, atrás de los ataques está el crimen organizado, y para entender qué está pasando en ese sentido, solo cabrían tres posibilidades: una, los trabajadores del volante de esas regiones se resisten a pagar cuotas a los cárteles locales y sufren represalias; dos, los agredidos trabajan como “halcones” o informantes de alguna célula delincuencial, y el cártel rival los castiga de esa forma; y tres, se niegan a desarrollar precisamente esa labor de vigías para los delincuentes. En todo caso, hay común denominador: el crimen organizado.
Y es que si bien no hay actividad de cualquier tipo ajena hoy día a la presión delincuencial, la de ser taxista es sumamente apetecible para los cárteles, dado que la naturaleza de ese trabajo implica recorrer las calles todo el día, con el consiguiente conocimiento inmediato de lo que pasa en ellas, desde presencia de militares hasta movimientos de delincuentes rivales.
Es un hecho que muchos taxistas han caído, obligada o voluntariamente, en esas garras, pero debemos suponer que son los menos. Seguramente la gran mayoría es gente de bien que solo quiere dedicarse a su labor, pero que hoy corren el mayor de los riesgos, tanto si aceptan las presiones de los delincuentes, como si se resisten. Esa realidad echa por tierra la ingenua versión de que teniendo un trabajo honorable, se logra quedar fuera de las presiones de los criminales. Tan riesgoso es hoy aceptar entrar en tratos con ellos, como resistirse. Y quizá más en este último caso.
Sin duda algún escenario de ese tipo es el que se está viviendo en buena parte de las zonas urbanas del estado, pero por alguna razón parece acentuarse en regiones como Uruapan y Apatzingán, históricamente absorbidas por la criminalidad.
Por supuesto, denunciar esas presiones es lo peor que pueden hacer los taxistas, sería tanto como firmar su sentencia de muerte. Así de grave, así de peligrosa y así de impune es la realidad para ellos. Y ni a quién recurrir, si la política criminal de los abrazos y no balazos para los delincuentes, sigue más viva que nunca.
Quién lo dijera: ser taxista en Uruapan o Apatzingán es un oficio de altísimo riesgo, en el que a diario se juega la vida. Triste realidad.
Y a la pesadilla ya solo le quedan 435 días.
twitter@jaimelopezmtz
Escrito por Jaime López Martínez
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